Es probable que si usted pregunta en Totana por la plaza de Miguel Marín, la antes llamada plaza del Francés, le digan que no lo saben, pero si pregunta por la plaza del Chamones le dirigirán de inmediato a ella, porque la taberna ha dado nombre al lugar, la voluntad popular ha podido más que los rótulos municipales de denominación.
Es sin duda la taberna más famosa de la localidad, pero su fama ha traspasado fronteras pues es conocida en toda la Región, como la conocía el genial don Carlos Valcárcel y todos los vinicolos murcianos, teniendo como ejemplo a mi amigo Alberto Sevilla Albarracín que es cliente y la menciona en su libro “Escrito con tinto”, o como mi amigo Miguel, poeta fuentealamero fallecido joven que tuvo la gentileza de mandarme el poema que le había compuesto.
El viejo tío Chamones, Ramón Romero Alajarín, que se instaló como bodega en 1946 vendiendo vino que traía de la Cañada del Trigo, convirtiéndose inevitablemente en una tabernica en el lugar que continua y que a su retirada devino en tres, instaladas por sus hijos. Gregoria la puso en la calle del Pilar sobre los años 56/57, pero la familia que le tenía alquilado el local lo necesitó y se quitó el negocio, otra fue Las Tinajas que situara su hijo Gregorio en la calle San Antonio y la tercera fue la continuación de la existente regida por su hijo Manuel Romero Martínez en 1958.
Heredó la taberna su hija Isabel y su esposo José Tudela Martínez abandonó su carrera de Magisterio para convertirse en glorioso tabernero. Si la taberna del Chamones era un lugar en el que el bien vino de Yecla se acompañaba de la consabida cascaruja, la pareja amplió su oferta con tapas sencillas aunque de calidad, con buena variedad de platos de rico colesterol en forma de embutidos clásicos y, muy especialmente sus patatas con ajo.
Pepe es además un tabernero clásico que es amigo de todos su clientes, que derrocha bonhomía y sentido del humor. Es un lugar para ir sin prisas porque con absoluta seguridad pronto se ,lía la hebra con cualquiera de los habituales, porque es lugar de permanencia y personas fijas que lo llenan a todas horas.
Es este un establecimiento de fiel y fija clientela, todos amigos, y el que llega pronto se integra dado el talante del propietario y de la gente que lo frecuenta. Lugar de amena charla, de alguna que otra copla, de rondallas frecuentes y con el sello innegable de lo que más fama le ha dado: el buen vino.
Cuando era niño vine con mi padre a la plaza de toros que había enfrente, venían con nosotros dos periodistas amigos de mi padre que tras aquel espectáculo entre cómico y trágico que contemplamos en la plaza, se fueron a la taberna que ya conocían. Se sentaron ante úna mesa, pidieron vino y torraos dándome a mí una gaseosa. La anécdota es que uno de los hermanos periodistas debía llevar la bodega bien cargada porque sacó unas cuartillas en las que se puso a escribir, pero su estilográfica tenía roto el cargador por lo que sacó un pequeño tintero en el que mojaba mientras escribía y trasegaba desde el vaso la roja sangre yeclana. Mi padre me miró severamente porque inicié una risa cuando vi a aquel señor que una vez mojó la pluma en el vino en lugar del tintero.
Lugar de amenas tertulias, de polémicas de todo tipo, con gente sencilla y sana que acogen a los nuevos clientes con el calor característico de las gentes totaneras que saben valorar la amistad, la conversación y, muy especialmente, el buen vino.
En el Chamones el tiempo se detiene, se paraliza porque aquí todo tiene otro sabor, el de lo antiguo y clásico, el tradicional que vive con nosotros desde siempre, que es sin duda el imán que atrae a los clientes al Chamones.
No puedo menos que copiar la bella prosa de mi amigo Alberto Sevilla en el libro reseñado cuando se refiere al Chamones: “Lugar de vaso y verso, de copa y copla, del tabernario universo donde la gente dialoga”. Creo que es el acertado epílogo a cualquier referencia a esta taberna.
Juan Ruiz García